sábado, 18 de junio de 2011

De buses, paraguays, pánicos y formas de tomar decisiones

HISTORIAS PARAGUAYAS DE BUSES Y CAMPESINAS

Las historias de buses pueden ser terribles. No hablo de los buses que se desbarrancan, sino de las emociones y pánicos que nos brindan y  podemos narrar porque no hemos muerto.

En la mayoría de las ocasiones, los buses de toda América son sólo mejores, más sucios, más limpios, más cómodos, más incómodos. Pero hay veces en que se descomponen, sobresaltan los sentidos o nos matan de miedo. Una o dos veces en la vida, son los portadores de sensaciones extremas.

Con Helena nos fuimos sin problemas de Montevideo a Porto Alegre. Un bus de asientos semi-cama, cómodo, aunque frío. En la estación rodoviaria (por eso de las ruedas, también hay estaciones ferroviarias –de trenes- y aeroviaras –de aviones. Milagros de la lengua brasileña) nos esperaba marian pessah. Pasamos con ella y Clarisse dos días deliciosos por una ciudad llena de luz y gente sonriente, caminando por parques, y hablando con las productoras del Movimiento de los Sin Tierra, campesinas organizadas que después de años de lucha y convivencia en campamentos donde se colectivizaba desde la comida hasta la educación, han obtenido tierras que trabajan de forma orgánica de manera colectiva y venden sus producto en la Feria de los sábados. Es una feria grande donde las productoras y productores venden de forma directa, informan sobre sus modos organizativos y sus métodos de siembra, hablan de política de la tierra, en particular de las políticas de las semillas nativas que confrontan las políticas asesinas de las transnacionales de la soja transgénicas y el maíz y la caña para biocombustibles. Asesinas en serio: las fumigaciones de esas plantaciones sin fin arrojan sobre las casas de los campesinos limítrofes toneladas de venenos que matan a sus hijas, sus hijos de enfermedades de la piel dolorosísimas, a sus animales y a los escasos cultivos que mantienen a pesar del acoso.

Fuimos a comer con feministas autónomas muy diversas en un restaurante colectivo instalado en una fábrica recuperada: desde las que se cuestionan todo, hasta las muy seguras, en una algarabía de lenguas, entendimientos y propuestas muy placentera. Helena habló de foto con marian, de comida con Clarisse, de feminismo con una jovencita hermosa. Hablamos de los afectos y de la autonomía, del sentido que le damos a nuestro estar en el mundo. A la mañana siguiente fuimos a la hermosísima estructura del Museo de la Fundación Iberé Camargo, un pintor que no pudimos sino incluir entre nuestros maestros de la mirada. Yendo del dibujo al óleo, pasando por la repetición de formas icónicas (el carrete de hilo de su madre costurera, la bicicleta con sus ruedas que avanzan), metiéndose en pinceladas de fuego con plastas moldeadas a dedo sobre la tela para dar la densidad de los sentidos, trabajando la figura de modo explícito, Iberé Camargo ha cruzado la plástica brasileña desde Porto Alegre por casi un siglo.











La belleza de la arquitectura moderna Brasileña


















Por la noche tomamos un bus a Foz de Iguazú (bus regular, de asientos reclinables), de ahí un bus pequeño a la reserva argentina de este patrimonio mundial de la naturaleza americana. Caminamos el día entre bosques, miramos el agua en su fuerza, en su hermosura total, en su inigualable, poderoso y sagrado juego de 275 caídas de un solo río, el Iguazú. Las mariposas nos acariciaron la piel, los coatís nos persiguieron, las urracas se dejaron fotografiar, un estúpido y bellísimo tucán, tantas veces saludados en Belice, se nos vino casi a estrellar encima.






















Luego tomamos un bus a Asunción por la noche, un bus que parecía un camión urbano, pero con un conductor gentil y muy atento. Hasta ahí ningún problema.

Asunción es una pacífica ciudad que se extiende a orillas de un río de aguas marrón claro, casi rojizas como el color de la tierra paraguaya. La casa presidencial, las construcciones estructurales del estado (parlamento, senado, y cosas similares), la comandancia de policía, la catedral están asentadas a dos cuadras del río y a una cuadra de la más presente de las ciudades miseria de América del Sur, una ciudad de pobres que magnífica, grandemente se resisten a ser invisibilizados, marginados, guetizados, encerrados en esos perfectos campos de concentración de casitas todas iguales que desde Chile hacia el norte se han construido como símbolos de las mejoras neoliberales en los alrededores de todas las ciudades americanas.

La casa presidencial no tiene casi policías a su alrededor, cosa que Helena notó de inmediato. No hay rejas, sólo un jardín entre la calle y el presidente. Da paz. En frente, en un museo urbano que toma una cuadra y que como en Uruguay y Brasil es gratuito, vimos fotos y gozamos de los escritos de cronistas delicados (De la Fuente Machaín, Justo Pastor Benítez) que hicieron de las letras y de la pintura  de Ignacio Núñez Soler, a mediados del siglo XX, una originalísima forma de sobreviviencia a la pobreza primera y luego a la dictadura de Stroessner (1954-1989). Para no internalizarlas, miraron a los mercados como lugar de las mujeres sin folclorizarlas ni victimizarlas, convirtieron los ríos en bullicios, a los y a las paraguayas en las personas más sanas y atléticas del continente.













Durante las guerras que soportaron (desde la de la Triple Alianza que al matar a casi toda la población masculina construyó un machismo extraño, diferente: los hombres paraguayos son totalmente dependientes de sus mujeres pero no les dan importancia, rebajan lo femenino como si sobrase siempre, a la vez que no pueden competir con la presencia y la eficacia de las mujeres en todos los espacios de la vida pública y privada), digo durante las guerra que soportaron con una estoicidad de pueblo originario inamovible y presente, Carlos Federico Reyes no dejó de cantar al amor y a los lagos, Livio Abramo –autodidacta gigante- dibujaba Asunción con tinta china y crayola, Roa Bastos editaba revistas que le clausuraban de inmediato. Anticipándose a la democracia, Graciela Malatesta pintaba ingenuas y pacíficas visiones imaginarias de su ciudad y del Paraguay entero.

Helena y yo empezamos a sentirnos muy, muy bien en Paraguay. Pensamos que no nos queríamos ir. Mucho menos a una ciudad. Bueno, eso lo pensaba yo, que como vivo en una ciudad no las amo. Y creía que lo pensaba Helena también. Pero no. Helena me hizo entender que ella sí quería ir a Río de Janeiro. Ella tiene 16 años y las ciudades llaman, además el recuerdo de la voz de Amalia Fischer le da paz, quiere ver a esa amiga mía que era amiga de su papá, quiere. Entiende que yo deba ir a entrevistar mujeres campesinas e indígenas, que el movimiento de la Coordinadora de Mujeres Rurales e Indígenas (CONAMURI) de Paraguay es importante, que mi libro se estás estancando porque no logro grandes entrevistas. En fin, que entiende que si yo no quiero ir a Río, me puedo quedar. Que entiende que ella puede irse sola a Río. Que entienda que yo mientras debo pasar por el Mato Groso.

Y aquí vuelven a aparecer los buses.

La decisión está tomada. No sé muy bien cómo llegamos a ella, pero Helena mañana va a tomar el bus que en 24 horas la va a depositar en Río y yo en dos horas voy a tomar el bus que me va a llevar a Ca’aguazú a una reunión de la CONAMURI donde las mujeres van a depositar en la Semilla Roga (Casa de la Semilla) las semillas de sus propios campos ante la eventualidad de tenerlas que registrar si las transnacionales logran la absurda ley que limita la diversidad agrícola al exigir la certificación de todas las semillas que se siembran.

¿Estás segura de que quieres viajar sola, de que puedes? ¿No te vas a aburrir? ¿No va a ser peligroso? No, no mamá, descuida. Pero no tenemos el número de Amalia Fischer, he perdido la libreta. Escríbele y mándamelo por mail. No, déjame escribirle que vaya por ti mañana.

Pero habíamos hecho las cuentas sin el bus. Sin el bus y los nervios de Amalia. Sin el bus, los baches, la policía, las llantas que estallan, los motores que se descomponen, los nervios de Amalia y la paranoia de todas las tías de Helena y la mía propia.

Mi bus me descargó en Ca’aguazú y yo empecé a extrañar horrores a Helena. Le llamé. Las mujeres estaban hablando del machismo en las organizaciones agrarias y de las dificultades de que su autonomía fuera respetada antes de organizarse de manera autónoma: CONAMURI no es una ONG, no acepta directrices, se ha unido voluntariamente a Vía Campesina y decide sola con quien quiere hacer alianzas.

Mi corto viaje en bus (sólo 5 horas) no había sido muy cómodo de manera que me dormí apenas la discusión se aplacó. A las 7 de la mañana nos levantamos. Vino un camión por nosotras, una especie de pesera mexicana, que nos llevó hasta el campo. Apenas hice a tiempo a llamar a Helena. Estoy bien, mamá. Ya me había despertado, voy a preparar mi mochila, en dos horas me voy. Si no quieres irte quédate a esperarme, llego mañana. No, no, tú no te apures, voy a estar bien.

Desgranamos maíz, separamos las semillas de calabaza, sopesamos las diferencias de los frijoles, todas hablaron de sus diferentes sabores, Magui Balbuena, campesina guaraní y co-fundadora con Julia Franco y la paitavytera Vasilisia Vargas de CONAMURI, contaba de la sabiduría encerrada en cada semilla de sandía, en cada raíz de mandioca. Iban y venían historias mientras pasábamos los nombres de las semillas a la computadora. Escuchábamos qué plagas las afectan, qué métodos naturales para detenerlas existen. Los saberes pasaban de boca a oído, todas entendían hablando su lengua cantadita, ese guaraní campesino entreverado de palabras castellanas. Me dijeron que la CONAMURI se fundó en 1999 por la necesidad de las mujeres indígenas y rurales de un espacio propio, con la idea de transformar la sociedad, con la idea de reconocer la diversidad de los pueblos y de las mujeres. Necesitaban una alternativa frente a la angustiante situación de opresión, pobreza, discriminación y exclusión. A los largo de estos años, la CONAMURI pasó de no quererse reconocer feminista por miedo a que las tacharan de odiar a los hombres, a reconocerse dentro de un “feminismo de clase”, de mujeres de los sectores populares, que deben al mismo tiempo dar respuesta a las exigencias de una vida mejor para ellas y sus hijas/os y familiares y para su liberación colectiva e individual.

Un día increíble. Magui Balbuena me dijo: “Las mujeres debemos sabernos reconocer dentro de nuestra clase para superar el control, sometimiento y discriminación en la construcción de un nuevo modelo de sociedad rural, donde no sea ya posible que el 6 por ciento de la población de un país tenga casi todas las tierras del mismo. En esa nueva sociedad debemos estar seguras que haya un nuevo modelo de relación entre las mujeres y los hombres”. Y Julia Franco redundó explicándome que “hijos nuestros trabajan con nosotras aunque no están en las estructuras de la CONAMURI. Vamos haciendo reflexiones con ellos porque debemos superar la descalificación de lo femenino que existe entre los campesinos paraguayos”.

Al día siguiente el bus me descarga nuevamente en Asunción, quiero ir a entrevistar más a fondo a Magui que llegará en unas horas, ir al Museo del barro, dar una vuelta más antes de subirme a un bus o a un barco para ir al norte del Paraguay para ver cómo se desarrolla el trabajo agrícola de las indígenas guaraní.

Pero abro el mail. Amalia está en un ataque de pánico. Yo entro en pánico de inmediato al leerla. Y así Yuderkis en Buenos Aires y clarisse y marian pessah en Porto Alegre. Amalia ha ido a la estación rodoviaria de Río, ha esperado a las 13 horas el bus que llegaba de Asunción y Helena no ha bajado del bus. Ha preguntado al motorista (chofer) y éste le ha dicho que Helena ni siquiera se ha subido al bus y que no hay otro bus que llegue a Río desde Asunción en todo el día.

Se me va la respiración al suelo. No puedo desmayarme, no puedo, debo reaccionar. Corro a la estación de buses de Asunción. El empleado de Pluma que vende los boletos me mira preocupado. Averigua en un papel. Mi hija SI ha tomado el bus en Asunción. Siéntese señora, ahora de inmediato llamamos a todas las paradas para saber que ha pasado. Pasan minutos de pánico. Pienso en las mujeres que son mal tratadas por la policía cuando van a poner denuncias por la desaparición de sus hijas. Aun en este momento de terror total, yo soy afortunada: este hombre no me toma por una histérica, me trata con mucha atención, está preocupado por Helena y por mí; este hombre no ha perdido su humanidad. Llama a la frontera, a las paradas, Helena siempre ha retomado el bus, en cada ocasión en que se ha detenido. Luego se detiene un momento para pensar, me dice: ¿Su amiga afirma que el bus ha llegado a Río? Sí. Pero, señora, el bus que arribó es el de las 9 de la mañana; su hija tomó el de las 10 que se ha descompuesto en Foz de Iguazú y salió de ahí apenas a las 18.30, no puede haber llegado a Río todavía. Corro a un internet. Mando el mensaje a todas mis amigas. Suspiros de alivio en Porto Alegre, en Río, en México. Las feministas somos una red, todas estábamos pendientes de Helena. Si tocan a una de nosotras, nos tocan a todas.

Amalia es hipertensa, el susto le dispara la presión a 180. Debe irse a la casa a tomar una pastilla, a recostarse, la cabeza le estalla. Volverá en dos horas a la estación. Y volverá a preocuparse. El bus de Helena llegará a Río apenas 8 horas después. Helena no sabe nada de nuestras angustiadas horas de espera, sólo sabe que está agotada: 36 horas de viaje por tierra, tuvo que cambiar de bus en medio de la autopista después de tres descomposturas, la policía los detenía a cada instante, se les ponchó una llanta…

Yo pienso que mañana viajaré por barco.