domingo, 29 de mayo de 2011

Las corrientes de los buenos aires

¿Y cuàntas corrientes, líneas, escuelas, tendencias pueden imaginarse en esta ciudad megalítica y maderodecadente, palermitana, desbocada, santurrona, obelisca, que se parece a Roma y París pero en versión americana (es decir, pasada por una lupa de engradecimiento)?
¿Arte en guerra contra la guerra, arte del recuerdo de la represión y la afirmación del nunca más, arte para la risa en una sala del Museo de Arte Moderno de San Telmo, en la calle de San Juan, donde después de admirar la armonía libre de las dibujantes y pintoras/es de la década de 1930 (Kandinsky, Klee, Mondrian, etc), vomitar una vez más (yo lo odio y Helena comparte mi horror) el geometrismo helado de colores planos de la década de 1960, nos doblamos de la risa ante la propuesta fotográfica-mímica-olográmica de Pierreck Sodrin, en medio de una sala de argentinas y argentinos también doblados de la risa?
Con Helena ayer divisamos algunas propuestas corrientistas y corrientes, todas ellas fundamentales para la buena vida, cuyas imágenes podremos analizar juntas y juntos si su alteza serenísima La Hija decide subir las fotos al blog.
Por ejemplo:
1. Propuesta municipal a medio parque de bebedores de mate:
Neo romanesco bonaerense

2. Propuesta comercial que aprovecha a una hada de ojos verdes y pelo negro como vendedora:
Neo celtismo gnómico centrado en la figura del duende

3. Propuesta popular y respetable:
Memoria, es decir historia, pensamiento y ciencias sociales en práctica cotidiana

4. Propuesta de urbanismo desarrollista
Abastos platenses en versión mall

5. Propuesta artesana
Mates y macramés parquenses

Buenos Aires es tan gigante que descansa, es tan desenfadada que relaja (un poco como Marsella, la única ciudad donde yo podría sobrevivir en Europa), es tan elegante que fascina, es tan violenta que no me permite extrañar a mi Ciudad de México siempre añorada, es tan culta que me hace sentir inteligente, es tan autorreferente que me hace sentir en la sala de la casa de mi mamá.
Tiene teatros por montón, algunos de muy buen ver, otros muy alternativos, otros más de ideas brillantes. Ayer fuimos al Teatro Ciego. No un teatro de o para ciegos, sino un teatro a oscuras, para experimentar la mirada desde otros sentidos. Un teatro de libretos fuertes y evocativos y voces bien impostadas, en el que te salpican agua, se dispersan perfumes, algo o alguien te roza de repente.

Comer en Buenos Aires es un paseo por los sabores de una infancia tantas veces reinventada por la lejanía, que yo no sé si es un recuerdo o mi mejor invento literario. Comí un queso que me sabía a Calabria, una ratatouille que me evocaba Provenza, un pan horrendo (odio la miga, me gusta el pan de costra dura, dura, dura, como en Roma y La Paz, el pan de Buenos Aires sabe a Palermo), unas sopas de cebolla, de calabaza (que aquí se llama zapallo), de verduras como en Toscana. Mentira que Argentina es sólo carne: yo con todo y mi vegetarianismo y mi vegana hija nos la estamos pasando muy bien entre tartas de ricota y strudel de manzanas que compiten con las chilenas, bávaras y austriacas. ¿Nostalgias de sabores? Sí: los bonaerenses no saben ni qué es el chile o ají; ¡¡¡¡ni los chilenos son tan ignorantes!!!!

Y además, qué tacos de ojos. Indo-itálicos con look de miliciano anarquista en Barcelona, algunos hombres en Buenos Aires son dignos de más de una mirada. Ya saben de esas que se lanzan fingiendo estar preocupadas por el bus (el micro) que acaba de pasar y permite una repasada general desde los tobillos a la coronilla, con una esitación momentánea sobre las nalgas.
En fin, la ciudad ideal donde ser mandada a la chingada por el amorcito dejado en casa que una vez más tiene miedo de comprometerse (una historia que de tantas veces repetida se ha convertido en tema para libros de autoayuda, ya que la literatura la ha agotado hace más de siglo y medio).