lunes, 24 de enero de 2011

Cusco, Machu Picchu, Ciudades incaicas e historias de turismo

OLLANTAYTAMBO
Hay en el centro de tres valles, en la parte alta del departamento de Cusco, una ciudad en forma de llama. Ollantaytambo, que significa algo así como refugio del guerrero u hospedaje del guerrero en lengua quechua, se erige en la confluencia de un valle que baja a la selva y por donde llegan frutas, hojas de coca, plumas de aves, verduras, el valle del rìo Urubamaba que la comunica vía otras ciudades con la capital Cusco, y el valle de aire frío que llega hasta Machu Picchu.
La belleza, la fortaleza de los muros de Ollantaytambo, ciudad que resistió la invasión española hasta 1556, son indiscriptibles. Grandes piedras verdes arrastradas desde el río cambiaron a finales del siglo XV la arquitectura incaica anterior al periodo imperial, de pequeñas piedras y muros construidos para detener la tierra en terrazas cultivables. En la montaña que se encuentra frente a los vientos fríos provenientes del valle de Machu Picchu (literalmente Cerro Viejo), están las Colcas, o graneros, para aprovechar en un juego de ventanas sobrepuestas el aire fresco para la preservación de los alimentos colectivos. Devastadora y conocida es también la representación de la colonización: una iglesia a Santiago (el famoso Matamoros que en América se convirtió en Mataindios) entre los muros de la ciudad y las grandes rocas de los templos empujadas hacia el valle para destruir lo templos incaicos hablan por sí solas.
Nueva es, por el contrario, la explicable sensación de malestar que asalta a cualquier visitante arrobado entre tanta belleza y tanta historia. Una sensación que ya experimenté en Yucatán, ante las ruinas de grandes ciudades mayas, y en Honduras, en la zona arqueológica que contiene la gran ciudad maya abandonada por su clase dirigente después de haber agotado la tierra de la selva circundante, Copán. Una sensación de ser, como turista, algo parecido a una vaca a ordeñar hasta dejarla sin leche. Una vaca explotada y sin calidad de ser pensante, viviente, sintiente.
Desde Ollantaytambo cualquier cosa se haga cuesta dinero. No ser peruana/o es condición suficiente para ser exprimida, considerada conforme al tamaño del bolsillo, mirada con el rabillo del ojo para ver cuándo la necesidad de transporte, comida, agua o descanso te harán ceder y pagarás tres o cuatro veces el precio de un servicio.  No sólo el tren, de Perú Rail, compañía de capital transnacional chileno e inglés, por un viaje de poco más de una hora de Ollantaytambo a Aguas Calientes (conocido como Machu Picchu pueblo) cobra desde un mínimo de 33 dólares a un máximo de 294, sino que el ingreso a las ruinas empieza a costar de 70 soles (25 dólares!!!) en Ollantaytambo hasta 126 soles (40 dólares) en Machu Picchu. Los buses desde Cusco a Ollantaytambo cuestan según se les ocurre al chofer, y en el fiero y hermoso pueblo donde la resistencia a Hernán Pizarro se mantuvo veinte años más que en Cusco, a menos que no se decida comer un delicioso choclo (elote) con queso de una señora con canasta, única que no busca aprovecharse en el pueblo, cualquier cosa costará tres o cuatro veces lo que en el resto del Perú. La excusa está en la boca de cualquier empleado/a de la red criminal de explotación del turismos: buseros, treneros, camareros, vendedores de boletos, personas que han acondicionados cuartos (hay que admitirlo: limpios y de camas cómodas) en sus casas o en construcciones adrede: es que éste es el lougar más bello de los Andes, la cuna de la civilización incaica, por lo tanto quien quiere verlo tiene que pagar. ¡Un discurso neoliberal que no acepta contradicciones o dudas y que, cuando éstas surgen, es capaz de generar explicaciones falsas cuales la extrema pobreza del lugar y la necesidad de sus habitantes, quienes en un 50% se dedican a la agricultura y en un 30% a los servicios turísticos! Así un  café con leche en Machu Picchu pueblo puede costar 9 soles (3 dólares), un agua caliente con una bolsita de té 5, un sandwich 15...












 El tren mas caro del mundo...









MACHU PICCHU
¿No subir a Machu Picchu, cual lo proponía Helena, para no hacerse parte de este juego perverso? La verdad es que ella misma después de haber sido prácticamente obligada a subir por mí, se sintió atravesada por la belleza de una ciudad ubicada sobre y entre montañas, respetándolas y aprovechándolas, con una montaña norte, el Inti Punkhu o puerta del sol, y una montaña sur, el Wayna Pichu o montaña joven, que la contienen  en su suspensión alegre, vivencial, donde es fácil imaginarse a dos amigos paseando o a dos señoras invitándose una a otra a su casa para un té de coca y una simpática tarde de tejido y chismes. Una ciudad-ciudad, con sus redes sociales y no sólo un centro ceremonial, aunque templos, fuentes de baños de purificación,  representaciones de los tres mundos andinos, el mundo de arriba, el Hana Pacha, simbolizado por el condor, el Kai Pacha, nuestro mundo de relaciones diarias, cuyo emblema es el puma,  y el Uku Pacha, o mundo subterráneo, encarnado en la sabia serpeinte que pone en contacto los mundos. No subir a Machu Picchu sería una pérdida de conocimiento.
Así meditamos en sus andenes en forma de anfiteatro ante la montaña que la confronta y desde donde brotan agua trnanquilas y fuertes que bajan al Río Bamba.
Conocimos a una pareja de jóvenes mendocinos, maestra de primaria ella, herrero él, que se vinieron a dedo de Mendoza a Bolivia y en bus de Bolivia a Cusco, comiendo sándwiches preparados con sus manos, para tener el dinero para subir al Cerro Viejo que resguarda al sur la ciudad incaica. Le llevaban hierba mate (lo que ellos prefieren en la vida) a la Madre Tierra para ofrendarla en el Wayna Picchu. Con Helena decidimos ofrendar chocolate, nuestro fruto tabasqueño amado y rico que servía de moneda y de bebida fortalecedora. Conocimos a un joven argentino que con tal de llegar a tiempo para entrar entre los 400 visitantes al día que pueden subir al Wayna Picchu corrió desde el río Bamba hasta la ciudadela de Machu Picchu en 40 minutos (Helena y yo que somos buenas caminadoras, aunque yo ya esté viejita y mi buena hija zapoteca diga que los tiempos son los que son y no hay que apresurarlos, nos tardamos 1 hora y media). Conocimos a peruanos y bolivianos que se detenían en cada punto del camino para agradecer y reverenciar a la madre tierra. Conocimos a unos brasileños que se tardaron tres horas en subir y cantaban felices de estar entre las orquídeas rojas, las mariposas, lo helechos y los pájaros del camino. Y conocimos, por supuesto, a una cantidad enorme de viejitos en tour y jóvenes parejas de luna de miel y hoteles de 5 estrellas que decían que todo era incómodo.

































































CUSCO
Volver al Cusco por la noche fue una verdadera pesadilla a pesar de las restauradoras aguas termales del fondo valle. No sólo llovió toda la tarde y nuestra ropa y zapatos estaban empapados, sino que el tren que salió de Aguas Calientes a las 10 y media era un tren de los baratos (31 dólares), de los que en vagones a parte llevaban por 4 soles a una masa de peruanos que fue separada de la perturbadora presencia de los exprimibles y poco amados turistas. Al llegar a Ollantaytambo el asalto a los buses y taxis hizo que el regreso a Cusco costara 30 soles en lugar de 10 como a la venida, que el taxista estuviera entre borracho y semidormido y corriera por el medio de la carretera como un loco.
¿Y Cusco? Es tan bella esta ciudad, única en todo Perú no rodeada de barrios de pobreza extrema, tan entrañable en su construcción de muros incaicos que terminan en casas coloniales y modernas incrustradas entre iglesias de un barroco no tan pesado como el Ecuatoriano y el Mexicano, sino perfecto como las lisas y embonadas piedras incaicas: un barroco elegante, casi un oximeron. Cusco la bella, Cusco la antigua, Cusco la imperial, Cusco la de 50 000 habitantes sofocados por la constante presencia de por lo menos 10 000 turistas. Cusco con su Mercado de San Pedro donde adquirir quesos dignos de cualquier tabla de los mejores quesos del mundo. Cusco donde encontrar los frutos de la Amazonía y las lanas de los hatos de alpacas pastoreadas en los altos pastizales de sus alrededores, entre bosques de eucaliptos (árbol australiano de rápido crecimiento que la mayoría de los peruanos cree un árbol autóctono) que se extienden arriba de las ciudadelas de Saxahuaman (la antigua Cabeza de Puma, conocida después de la invasión española como "Sacíate halcón" por los muertos que quedaban insepultos después de las batallas), de Q´enqo (Laberinto), Pukara (Fortaleza) y Tambomachay.
Cusco que también tiene, aunque eso es nada turístico, un centro de estudios sobre la realidad peruana tan importante como el Centro de Estudios Bartolomé de las Casas, desde donde salieron los primeros informes sobre los impactos de la violencia que sufrió Perú, en particular sus pueblos originarios que metieron el 70% de los muertos y desaparecidos de una violencia que abarcó todo Perú.
Cusco en cuyo corazón sobrevive, en manos de dominicos más inteligentes y autocríticos que la mayoría de los católicos latinoamericanos, el Qorikancha, el centro de culto incaico que significó el corazón del imperio del Tawantinsuyo, de donde salían esas líneas que atravesaban y unían las wakas, o lugares sagrados, cuevas, templos, lagunas o montañas, de los cuatro rumbos del imperio. Qorikancha cuya sacralidad transformada sobrevive y lleva a reflexión.
Cusco con su mercado y la pobre y altiva iglesia de San Pedro, lugar de oración y descanso de las vendendoras/es. Cusco y sus plazas. Cusco y sus entrañables calles de San Blas, con sus botegas de pintores abiertas a la calle.
Cusco es un suspiro.