sábado, 26 de febrero de 2011

Volver al viaje en la ciudad de siempre

El viaje es un estar en el tiempo suspendido.
Es un desplazamiento en la tierra que implica la suspención de la cotidianidad organizada para la producción de un modo de vida. Es un irse, y como tal se asemeja al sueño, al orgasmo o a la muerte.
Al haber vuelto de La Paz a México de la forma en que lo hicimos: de un viaje por tierra a treinta horas de avión cambiando de aeropuertos para llegar a tiempo al funeral del padre de Helena, de nuestro constante deseo de abrirnos al conocimiento de lo que sin tiempo largo no puede conocerse -las formas de organizar la agricultura, la construcción de las cocinas, los ritos de la oralidad- al obsesivo desplazarse de una adolescente por las calles urbanas caminadas por un padre que se le ha ido, al volver como lo hicimos el tiempo suspendido del viaje se nos ha prolongado en el estar en la ciudad de siempre.
Nuestra actividad por seis meses había sido viajar y escuchar, mientras ahora en la Ciudad de México vivimos el extraño privilegio de no tener que hacer nada en particular. Así tenemos tiempo de sentir, quizá demasiado. Yo no tengo trabajo, Helena no tiene escuela. Nos dedicamos a ir a terapia, a caminar, a ordenar las cosas de su padre y yo a ir a escuchar a profesoras e investigadoras en la UNAM. Nos reencontramos en espacios compartidos. Empezamos a recuperar y darle tiempo al amor por otras personas.
En el aeropuerto de La Paz, por esas casualidades significativas de las que está sembrada la vida, y por uno de esos actos de control sobre los propios tiempos y emociones que no pueden llevarse a cabo, compré un libro de Giorgio Agamben, Lo abierto, traducido y editado por la argentina Adriana Hidalgo en 2007. Leer a Agamben era una deuda que tenía con mi buena amiga Pilar Calveiro, colega más que admirada, quien encuentra en las ideas de Agamben muchos motivos con los que sustentar sus investigaciones sobre la prisonía, la violencia controladora, la represión de estado que caracterizan la sociedad contemporánea. Como Agamben, Pilar Calveiro se atreve a buscar los puntos de escisura que construyen los arranques de las posiciones fundamentalistas de nuestro quehacer contemporáneo.
Creer que yo pudiera, en medio de la suspensión del sueño y hundida en el dolor de mi hija, leer a un filósofo tan difícil era parte de esa pérdida del principio de realidad que nos acompaña en la confusión de los sentimientos. Pero lo intenté.
Abrí por lo menos una docena de veces las páginas de un libro cuyo primer capítulo se titula nada menos que "teriomorfo" y discurre sobre la miniatura de una Biblia hebrea del siglo XIII en la que los justos, en el banquete mesiánico, son representados con rostros de animales. No pasé de las primeras tres páginas en diez días: me dormía, me ponía a llorar, o suspendía el pensamiento en la plena conciencia de que no estaba entendiendo nada.
Sin embargo, yo venía de una experiencia de confrontación de mi propia formación como filósofa en una universidad europea, la de la Roma de finales de los años 1970 (me licencié en Filosofía de la Historia en 1979), y en una occidentalizada universidad mexicana, la muy libre Universidad Nacional Autónoma de México de los años 1980. En los últimos años de mi vida, y a pesar de estar enseñando en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, donde creí que era posible practicar a nivel superior los principios de la escuela activa, la crisis con mi formación se fue profundizando. En los últimos dos años llegué a pensar que todo lo aprendido conducía sólo a enfermar mi cuerpo (entendiéndolo como mi único instrumento de vida), pero que la vida sin conocimiento y construcción de instrumentos para el conocimiento no era tal.
El acercamiento a las formas de acceder al conocimiento de los pueblos Mixe, en México, y Nasa, en Colombia, así como a la idea zapoteca de que hay una ontología del cuerpo que se inscribe en la lengua que nombra el cuerpo como vehículo de la palabra, del ser, del decirse y del trascenderse (aún en el sentido de salirse de él) en la relación con lo animado y lo no animado, del ser que es en cuanto hace y deja de hacer en relación con lo que está en la misma relación, pero desde un ser distinto y comunitario (la piedra, el animal, la vegetación, la otra persona, la persona del otro sexo) me han llevado a este viaje último de seis meses, que anhelo reemprender y del que tengo miedo porque va a implicar una lejanía temporal con mi hija, quien no quiere volver a viajar aún.
Durante seis meses, con Helena y su pasión por lo visual, que se expresa en dibujos y fotografías, hemos intentando reconstruir y agrupar formas de pensar de las mujeres de los pueblos de Abya Yala desde algo que no eran los presupuestos  (o "fundamentas" muy bien desconstruidas por el filósofo Horacio Cerutti) de la modernidad emancipada: principalmente la idea de liberación individual, y la anterior construcción de la idea de individuo.
Adonde habíamos llegado lo sabremos sólo cuando este viaje vuelva a andar.
Por el momentoe stamos en al suspención de la suspención.
Y entonces yo leo Lo abierto de Giorgio Agamben. Paso los ojos por su reflexión sobre el hombre (así en masculino y, de hecho, dando pie a una reflexión muy masculina, donde las mujeres en la lectura que él hace de Walter Benjamin pertencemos a otro tipo de humanidad, no la que se libera, sino la que es instrumento de la liberación del otro, hasta que nosotras también podemos trascender nuestra propia escisión del animal en la satifacción sexual). Me duermo con el libro abierto en las piernas mientras espero a mi hija en su sección de análisis. Y sueño el estadio de superación de la escisión del ser humano construido por la historia y el mito del animal construido por el hombre como un ser sin memoria. Despierto y me pregunto cuál es mi función como historiadora del pensamiento humano, historiadora que a diferencia de mi padre y la gente formada en Roma, como mujer que estudia y se vive desde Abya Yala, ya sabe que la historia o es pluriversa o es construcción agresiva del universo masculino y colonizador, o se abre a muchas formas de aprehender el mundo, para vivirlo en armonía o en conflicto, o vuelve a perpetuar la colonialidad del conocimiento, de la construcción del saber. En pocas palabras, o la historia de América se escribe desde la historia de los 607 pueblos originarios, reconociendo sus derrotas, resistencias, pensamientos, expresiones artísticas como propias, sin escisión entre lo español y lo indígena, entre la gente de razón y la gente de naturaleza, entre esclaviza o explota y quien es esclavizado o se escapa, o seguirá siendo la historia de una colonia que se perpetua en formas diversas.
No es casual que lea a Agamben después de haber conocido a Aníbal Quijano en Lima. Quería conocerlo desde hacía tiempo. Me gusta encontrarme con las personas cuyos escritos me abruman e interesan. Le pedí de todas las formas a mi querida Rita Laura Segato que le pidiera permiso para darme su número de teléfono. Y don Aníbal Quijano como persona me sorprendió y agradó tanto como sus escritos contra el racismo, es afable, guapo y de palabra viva.
Hoy termino de leer Lo abierto y me encuentro con que la historia de los pueblos originales es a la historia de la colonia lo que la vida animal a la humanidad occidental: la construcción de una escisión que sólo la satisfacción sexual puede remontar.
Me rio. En muchas ocasiones les he dicho a mis estudiantes que las razas no existen pero que el racismo actúa porque es el resultado histórico del desenvolvimiento de la construcción de una idea. Si hubiera razas, en sentido biológico, los seres humanos no seríamos, todos, absolutamente todos, interfecundos.
En efecto, después de leer Lo abierto me queda la idea que la satisfacción sexual corta el vínculo del ser humano con "su" misterio, el que ha construido escindiéndose de lo animal, el que ha construido en la historia y el mito, haciendo que lo devuelva a la naturaleza y, a la vez, la trascienda así como la ha construido.
La satisfacción sexual es siempre dialogal, se logra con otra/o, pero nos hace conocer.
Por ello la sexualidad da miedo y para vivirse necesita de confianza, tanto de otorgarla como de construirla. En el cuadro de Tiziano que Agamben observa, y que hace años yo también pude ver, en efecto hay suspensión, hay tiempo, hay placer gozado que devela, vela y no le importa, porque los amantes están satisfechos y en su satifacción el ser humano es animal y humano y nada de ambas cosas, porque ambas cosas son construcciones.
La satisfacción sexual nos dice que como el lenguaje es un producto de una acción humana y un reenvío a la satisfacción total que todo animal busca en alguna de las actividades por las que vive la vida (como el succionar de la garrapata).
Me quedan muchas, ricas, preguntas:
¿Qué dice que lo abierto está abierto? ¿Qué es lo abierto? ¿Estoy abierta a liberarme del proyecto humano de separarse de la vida animal, de la racionalidad que no es sino dominio de la vida animal? ¿Abierta -es decir libre- a lo posible?

jueves, 10 de febrero de 2011

Guillermo Scully, in memoriam

LAS FORMAS, EL COLOR Y LAS AMIGAS
Francesca Gargallo
Guillermo Scully Fuentes era el padre de mi hija y era mi amigo, uno de aquellos con los que me divertía más: la más estrafalaria mezcla entre un indiscreto absoluto y un hombre púdico.
Era un pintor que sacaba su pluma y su tinta china en la mesa de la cocina mientras cinco personas preparaban la cena, que se indignaba junto con la feminista hondureña Melissa Cardoza por el fondo feminicida del neoliberalismo, que invitaba a sus amigos Fito y El Negro a rescatarlo del amor que lo atrapaba y con el cual pasear de cantina en bar en covacha por la noche implicaba un salto en el tiempo y la posibilidad de escucharlo decir: “Yo soy el Aleph; sólo yo soy tan puro y puedo caer tan bajo como el Aleph, Borges me inventó”.
Guillermo dibujaba el movimiento y caminaba, captaba sobre papel el baile, los saltos, el correr por los cañaverales de mujeres-ménades y hombres-espartacos indo-afroamericanos. Hace unos veinte años nos pasábamos las tardes en el Salón Colonia; era un fan de los Hermanitos Caramelos enfundados en sus trajes celestes y verde pistache que bailaban danzón como una pareja de ángeles, pero sobre todo estaba intentando captar la sensualidad de una mujer muy bella, muy vieja y muy gorda, que trasudaba melancolía al mover sus brazos con la cadencia del amor perdido. A las 11 de la noche, el salón cerraba y nosotros emigrábamos hacia el estudio de su amigo Fabián Rizzo, un parque, la Casa de René, una fiesta de cacatúas intelectuales, el Zócalo, la sobremesa de una conferencia sobre el Quijote organizada por Luis de la Torre, una boda de desconocidos donde nunca supe cómo él era el invitado más atendido, el hermosísimo penthouse de Jorge López Páez o la casa de su amiga Virginia, desde siempre enamorada de su Flaco. Guillermo necesitaba ahogar en amigos la soledad que tanto lo asustaba.  
Amaba a algunos pintores con la ingenuidad del aprendiz y la presencia del colega; que me diga Javier Arévalo si en algunas ocasiones no lo obligó a una serísima reflexión que luego lavaron con litros de mezcal. Pero era tímido como un campesino y era incapaz de presentarse en el estudio o la vida de alguien que no hubiese conocido bebiendo o al que no fuera presentado formalmente; por lo tanto, siempre se quedó con las ganas de hablar con Francisco Toledo.
Los instrumentos de viento, a cuya pomposidad y estridencia se parecía tanto, lo enamoraban como los bellos zapatos. Le decía a otra apasionada de los calzados, su amiga Amalia Fischer, la feminista lesbiana que escogió por hermana de reflexión antimisógina: “Quiero ser capaz de mover las ondas sonoras del trombón sobre el papel y hacer que los pies de mis bailarines muestren el brillo de sus zapatos”. Luego se mostraban uno a otra esos tenis converse planos que calzaban (y que son los únicos que usa mi hija, probablemente por un afectuoso afán de imitación).
Últimamente nos veíamos poco, yo me la paso viajando y, cuando no, leyendo o durmiendo por las noches. “Ay doctora” (me llamaba doctora con el mismo irreverente tonito con que llamaba Nananina a la literata Aralia López y “negróloga” a mi maestra Luz María Martínez Montiel, para cuyo museo ofrendó una díptico de Adán y Eva afromexicanos), “Ay doctora, estoy a punto de dar el salto. Lo siento, lo siento”, me decía cuando venía a esperar a su hija para llevarla a comer a uno de los nuevos restaurantes de la Condesa o a un cuchitril sobre Medellín donde fríen el pollo con un aceite que le recordaba la cocina de sus tías zapotecas.
María Romero nos contó a Rosario Galo Moya y a mí que cuando llegó de Sinaloa a La Esmeralda, Guillermo fue su primer amigo. La llevaba por los bares del Centro Histórico protegiéndola de los borrachos a los que toreaba con pases fantásticos: “Fue mi primer amigo en el DF y todas las calles del Centro llevan para mí sus pasos: él me enseñó a ver a las piedras y a su gente”. Su otro gran amigo pintor, el mexiquense Carlos Gutiérrez Angulo, de pocas y casi asustadas palabras, subrayaba lo dicho por su amiga: “El maestro Scully es el mejor dibujante de mi generación. Sí, es un dibujante: para él el color es un accidente de la forma; pero así como ha caminado todas las calles del centro, supo lanzar sus manos detrás del trazo en todos los papeles. Scully caminaba y dibujaba con la misma intensidad”.
Pedir anécdotas sobre la vida de Guillermo a sus amigas, primera entre ellas a su hermana-cómplice Gisela, es como pedirle sal a la mar: las hay en abundancia. Quizá porque en nombre de una noche de amor era capaz de perdonarlo todo y de las personas sólo vivenciaba y recordaba lo bueno, como de su engreído compañero de prepa Christopher Domínguez, quien, como cumplido militante, intentó inscribirlo al Partido Comunista Mexicano una tarde saliendo de las aulas del UNITEC.
A su hija, a mí, a Ruth García-Lago con quien vivió por ocho intensísimos años, a sus cientos de amigas y amigos, y quizá a alguna de esas novias que supieron quererlo a pesar de que como compañero fuera insoportablemente inaprensible, nos quedan sus pasos. Su más precisa enseñanza fue que quien anda en auto pierde el movimiento telúrico que se siente cuando los pies se deslizan por la tierra o el asfalto, que el arte es un paso dado. Sí, Guillermo Scully también era un ecologista.
Y fue el entrañable cómplice de Osvaldo Caldú cuando, entre calderos y fogones, el chef argentino cofundador de GULA decidió actuar contra la invasión de Irak y llamó a comer a los y las que luego formaron el grupo Arte en Guerra contra la Guerra.
Y era el fundador, inventor y único portavoz del Neosurrealismo Lúdico, movimiento pictórico que se sacó de la manga cuando su amigo Gibrán Bazán lo entrevistó acerca de una tela con sus rostros mestizos insertos entre lunas elefantes dromedarios y esferas, imágenes que le recodaban a Leonora Carrington tanto como a Guayasamín.
Y el convencido donante de obras para la lucha contra el feminicidio en Ciudad Juárez, el DF y Guatemala. Y el amante de la poesía de Kavafis en las noches de insomnio, de los versos de Xhevdet Bajraj en la colonia Roma y, en la Santo Domingo, de los de Eduardo Mosches. Y el papá que cuidaba que su amada Helena no bebiera más de una cerveza en fiestas donde el mezcal corría por litros y que él amenizaba bailando como un John Travolta tropical, cayéndose de mesas y sobre pisos encerados. Y el apasionado de los jazzes étnicos de todo México (cuando no de las más caseras grabaciones beliceñas o venezolanas). Y... Guillermo era también, y también, y también.

Un viaje  de colores
Eduardo Mosches
  
                                    A Guillermo Scully y su despedida
                                        5 de febrero 2011
                                   

El saxofón lanzó al aire en la estridencia musical
un amarillo envuelto en un limón , mientras el pintor
transformando   notas musicales,
pincelaba  por el tejido entramado de la tela para crear
historias de antiguos cabarets

Entre cuentos plenos de vértigo
narrados en la noche,
 jugaba al  perderse en  volteretas ,
 acompañado de esa niña que saltaba
en la cuerda de la sonrisa, mientras como padre
transmitía leyendas  en tonalidades amorosas

 Embadurnar en  largos lienzos risueños 
que se hacían faldas, para cubrir rodillas de mujeres,
destellos de caderas en el eclipse de las luces,
 los amores se urdían en esmaltes  y pigmentos,
jugueteaban con la música lanzando anilinas mordaces ,
 el pintor relataba historias y vivía otras


La lumbre de copas nocturnas
hacían sombras,   
en  escalera ascendente ,
rumbo a la luna rebanada ;
él  deambulaba sensual,
 sin rumbo a pasiones deseadas,
 de puerto en  puerto.

En un momento de descuido
cruzó la inesperada línea de lo otro,
se lanzó a navegar junto a Caronte,
 bebieron  mezcal y fumaron un cigarro.

Se despidió con brusquedad,
golpeó sin avisar en la puerta del no retorno,
 dejándonos en compañía de sorpresa,
mi  asombro está colmado de dolor.

 Puede que después de las lluvias salga un arcoíris.

Guillermo Scully, pintor (1961-2011)

Ignacio Trejo Fuentes


La madrugada del cinco de enero falleció, a consecuencia de un infarto, el artista plástico Guillermo Scully Fuentes. Nació en 1961 en la Ciudad de México, aunque vivió en su niñez en Córdoba, Veracruz, de donde su familia es originaria.

Guillermo estudió en La Esmeralda, y se le consideró artista figurativo a veces, expresionista otras; y algunos críticos lo etiquetaron como neosurrealista. La verdad es que soy lego en asuntos de artes plásticas, mas eso no me impide decir que disfruté cuanto trabajo de mi amigo conocí: lo vi trabajar en plena madrugada sendos cuadros que requería para completar la exposición de parte de su obra la tarde siguiente en una galería capitalina. Era asombroso atestiguar cómo de un lienzo inmaculado iban surgiendo figuras que, literalmente se movían, bailaban. Porque su temática central era precisamente la música, el baile. Decenas de músicos de fisonomía caribeña, mulata, casi negra, aparecen en los cuadros de diferente formato del artista tocando saxofones, flautas, tambores; sobre todo saxofones. Y también se aprecian racimos de bailarines con la misma fisonomía entregados a los exquisitos delirios del dance. En los lienzos de Memo se respira la rumba, el jazz y el danzón: pareciera que quienes apreciamos los cuadros estamos ahí, arrobados por la orquesta o por el trío…

Conocí a Guillermo hace muchos años, y hace por lo menos quince escribí sobre él en mi columna “Salivero” del suplemento sábado, del diario unomásuno. Como no era —ni soy— experto en esa materia, destaqué algunas de sus cualidades como ser humano, como amigo. Era un hombre muy guapo, y tuvo siempre un éxito arrollador y envidiable con las damas. Si a eso agregamos su proclividad a recorrer restaurantes, cantinas, “antros” y todo lugar que oliera a fiesta o a pecado, y su generosidad a toda prueba, podría entenderse ese halo de felicidad que solía rodearlo. Contaba chistes asombrosos, para especialistas, y puedo asegurar que fui de sus celebradores preferidos. Él y yo nunca hicimos una cita, porque sabíamos que habríamos de encontrarnos en el sitio y a la hora menos imaginados.

Precisamente el fin de semana previa al de su muerte estuve con él (y con los escritores Javier García-Galiano, Marcial Fernández, Víctor M. Navarro, Carlos Miranda, Óscar Cossío, Vicente Francisco Torres, Rafael Vargas Pasaye y otros amigos) en una cantina; luego, algunos fuimos a su estudio (que es bellísimo, casi una galería, decorado con un gusto exquisito) y más noche a un lugar donde se puede conversar, beber y bailar toda la noche. No sabíamos que era nuestra despedida definitiva. Nos invitó a celebrar su medio centenario de vida y a inaugurar su estudio el próximo seis de marzo. Brindaremos y bailaremos en su honor (en su velorio hubo tragos, y música con jaraneros veracruzanos). Tenía en puerta exposiciones en México y en Europa.

Con la escritora Francesca Gargallo procreó a Elena, quien debe tener quince o dieciséis años: a ambas les envío un sincero abrazo solidario. Descanse en paz el gran Scully.


El Scully se pintó de colores
A pocos días de cumplir 50 años, falleció el pintor mexicano Guillermo Scully. Egresado de la mítica Esmeralda, fue un sumiso militante de la bohemia en bares, tugurios y cabarets, donde halló la plástica perfecta para desarrollar sus obsesiones. 


Foto: Helena Scully
No es insólito que en cientos de casas, cafeterías, galerías o salas de subasta ahora mismo haya un Scully colgado o a la espera de ser exhibido o negociado. Y es que sumado a su prolífica carrera y una obra que cotizaba al alza en el mercado de arte, el pintor figurativo —que chambeaba con jazz de fondo— solía ofertar (malbaratar) sus creaciones por la zona centro de la capital mexicana. Como casi ningún amigo, restaurantero o galerista rechazaba sus ofertas, a Guillermo nunca le faltó cash para comer en la cantina, merendar en el bar y culminar el día con un desempance en cualquier pista de baile.
Quienes conocimos al pintor lo recordamos como una persona amable a la par que elegante, de voz pausada, profunda y detalles, como su tupido y bien cuidado bigote, dignos de un exquisito dandy. Cierta tarde de perros, un mesero de la cantina El Centenario, sin que se lo solicitara, llegó a mi mesa con una cuba y los cantantes de boleros detrás. Bebida y complacencia eran cortesías de un amable Scully, quien desde el extremo contrario del local levantó su jaibol y me guiñó un ojo para completar el detalle.
Hijo de istmeños nacido en el DF (aunque a veces mintiera al ubicar a su ciudad natal en Veracruz, incluso Cuba), la fiesta, el arte y las mujeres no sólo tenían prioridad en su vida, sino que pocas cosas fuera de eso despertaban su expandida curiosidad.
Desde su infancia en Córdoba, Veracruz, donde se aficionó al café, al Scully lo sedujeron la gente y la pintura. De dibujar todo lo que veía en la calle, y tras su paso posterior (1980-1985) por la Escuela Nacional de Artes Plásticas, trasladó su oficina a las mesas cercanas a las pista de baile o bajo el escenario en los clubes de jazz, donde explotó su afán extrovertido y cachondón en trazos donde convivían ficheras, pachucos, gánsteres, doñitas, tertulianos o cantineros, junto a músicos de jazz o rumba. En muchos de los cuadros del Scully —fundador de la escuela del neosurrealismo lúdico— destaca la efervescencia erótica, el movimiento permanente y continuos homenajes a la exhuberancia tropical de las culturas afrocaribeñas. Siempre tuvo tiempo para el baile elegante y respetuoso, aunque profundamente lascivo y en un contexto infernal, que para él era producto de primera necesidad. Al ver un lienzo, mural o esbozo de Guillermo, daban ganas de treparse a ese colorido tren y compenetrarse con las decenas de caderas que oscilaban al capricho de la orquesta. Fue en un cabaret donde lo encontré pintando.
Comprometido con la ciudad y sus ambientes, Scully (quien tomó tanto el apellido como el gusto por beber cerveza en galón de su abuelo irlandés), plasmó la estética fichera, hoy relegada a los giros negros en decadencia. Él, que sufría de una profunda adicción por el México bohemio, lo mismo se presentaba como cliente frecuente de un bar de moda en la Condechi, que reiteraba sus pasos en las más legendarias cantinas o lupanares donde retrataba movimientos y gestos, fiel a su encomienda de cronista que insiste sobre la cadencia del ligue y la multiculturalidad de las danzas.
Su desordenada y cabaretera existencia le provocó conflictos permanentes con sus parejas, que ni con castigos conseguían redimir al salvaje que lo habitaba. “¡No me dejes encerrado en la calle!”, gritaba con una mezcla de humor y angustia a una de sus concubinas que una madrugada decidió no abrirle más.
En días anteriores el pintor preparaba emocionado la fiesta de su cumpleaños número 50, la cual ya no pudimos celebrar. Una lástima que tanto el festejo mismo como el mito que él ayudó a construir se vieran truncados por un inesperado infarto al miocardio. Tiene mucha razón el colega Marcial Fernández cuando afirma: “Sin Guillermo Scully la plástica mexicana y la vida nocturna de la ciudad de México serán mucho menos divertidas”.
Juan Alberto Vázquez
       
Cultura
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Murió el pintor Guillermo Scully Fuentes
Merry MacMasters
Periódico La Jornada
Miércoles 9 de febrero de 2011, p. 5

El pintor Guillermo Scully Fuentes falleció el pasado 4 de febrero a los 49 años tras sufrir una caída. Nacido en 1961 en el DF, Scully estudió en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, de 1980 a 1985.
Pintor figurativo, artista riguroso y extrovertido, sus cuadros encierran el ímpetu de la cultura popular abordado desde el punto de vista de la música latina y el baile de salón. En sus lienzos la energía del sax y las trompetas influyen hacia el centro de una expresión catártica, y el baile deriva los más cálidos escarceos y las miradas comprometidas a la idea fija de un amor posible y arrebatado, se puede leer en una descripción de la Gouda Gallery. Su obra ha sido calificada de neorrealismo lúdico.
De Scully también se ha escrito: “En las décadas del ‘camino a Itaca’, ha reflejado su vasta experiencia, aventuras por los salones de baile y admiración por el silencioso lenguaje de los cuerpos danzando, la cadencia que le da la música en la pasión de un tango, con el carácter caribeño de la cumbia o la elegancia del danzón, y desde la musicalidad que corre por las venas de las distintas razas, mostrando rasgos, volúmenes y colorido.
Sin temer a lestrigones ni a cíclopes nocturnos, hace sus rigurosas visitas a las tres, cuatro o hasta siete casas, desde el café hasta los salones de baile, fuente de su inspiración (...)

domingo, 6 de febrero de 2011

Una terrible interrupción en este viaje

La Paz, 4 de febrero de 2011

Queridas y queridos amigos, vamos a interrumpir este viaje por la Pachamama, nuestra América querida, cuyo suelo acariciamos con nuestros pies viajando. El papá de Helena, el pintor y amigo Guillermo Scully, ha muerto esta mañana de un infarto. Helena no puede entener el por qué, por qué, por qué su Corpolito se le ha ido. No entiende por qué no tuvo el tiempo de escuchar todo lo que ella ha aprendido en este viaje y quería contarle, por qué no tuvo tiempo de enseñarle a pintar. Por qué si ella lo amaba tanto. Por qué no pudo alcanzarnos como pensaba hacer en Buenos Aires el 5 de marzo, para festejar juntas sus 50 años. Pensamos que debemos ir a despedirnos de él, mandarle un mensaje de paz, de luz, de amor. Mañana por la noche estaremos en México y estaremos ahí hasta despedirnos de él, de su tierra, de nuestras parrandas, de su sonrisa, de la intensidad del movimiento que sabía plasmar en sus cuadros.

Ciudad de México, 6 de febrero de 2011
Mis queridas y queridos amigos amados:
el viaje de La Paz a la Ciudad de México ha sido un doloroso camino de aprendizaje. Helena no podía entender, no deseaba hacerlo, no quería aceptar que su padre había, está muerto. Hemos debido detenernos en varios aeropuerto (Santa Cruz, Panamá) donde en las largas horas de espera se asomaba la negación ("está en el hospital", "es una broma de pésimo gusto porque tiene ganas de volvernos a ver") o donde se manifestaba una pena muy honda porque con sus cortos 49 años Guillermo no tuvo el tiempo de terminar de enseñarle a pintar y de mostrarle todas las cantinas, todos los cafés, todas las galerías, todas las calles de su muy amada y muy pateada ciudad de México. 
 
Cuando llegamos a la ciudad,al ver que Tibas y Ruth fueron por nosotras, Helena se quebró. Lloraba y lloraba. Mi pequeña adoraba a su padre y me dijo que esta es la primera vez en que él no iba a ir por ella al aeropuerto a su llegada de un largo viaje y que nunca más iba a hacerlo. Me dijo que para ella ya no existía eso de volver a casa, porque "eso" significaba volver donde papá.
 
Al llegar a la funeraria el dolor ha sido intensísimo. Helena se ha abrazado al ataud del padre y ha llorado durante horas. Y todas las personas presentes, casi 200, hemos llorado con ella.  Su dolor se le vía en el físico, su cuerpecito delgado temblaba y se retorcía.  Por suerte las tías y los tíos, sus amados primitos, en especial Hugo, sus amigas y amigos, Coquena, Isabel y Mariana, su amada Susan, la maestra de preprimaria, la han abrazo mientras lloraba, dejando que se desahogara pero sosteniéndola. Luego vinieron los músicos y hemos bailado y cantado en honor de Guillermo.
 
A las 11 de la noche se han llevado a Guillermo para el crematorio. Helena se abrazó del ataud, no quería no volver a ver a su padre. Aquello ha sido terrible.
 
Nosotras hemos dormido donde Ruth esta noche. Ninguna quería dejar sola a Helena, queríamos a la vez que hablara, que riera, que se sintiera apapachada y que descansara. Las cenizas de Guillermo han dormido con nosotras, en la sala con un vaso de agua y una luz para su camino.
 
La verdad es que la presencia de Ruth le hizo un gran bien a Helena. Como dijo Julieta en La Paz, Helena tiene muchas amigas, madres, una entera familia feminista que la rodea y la ama. Ahora duerme. Cuando despierte nos iremos a estar a la casa de Guillermo, ya que la nuestra la hemos rentado pensando que este año de viaje nunca se interrumpiría por un hecho tan dramático.
 
Para ella ha sido un enorme consuelo saber que su padre era muy amado, que sus amigos estaban ahí, que le había dejado una herencia de amor que ahora la enriquece. Parece ser que, mientras nosotras volábamos, casi 1000 personas llegaron a despedirse de Guillermo; su hermanita Gisela estaba aturdida del dolor y la confusión.
 
No sé cuántos días nos quedaremos en la Ciudad de México. Yo debo y quiero terminar mi recorrido por Abya Yala con Helena, queremos volver a La Paz con la hermana Julieta, querida, fuerte, que nos ayudó a iniciar este terrible viaje. Pero siento que el duelo de Helena es en este momento lo primero. No sé cuántas cosas habrá que hacer ahora, intentar no perder la casa de Guillermo, que había sido la de los abuelos, y que él no había terminado de comprar. Deberé rastrear los cuadros que Guillermo dejaba en diversas galerías (y él ni siquiera guardaba los recibos.... el último pintor romántico de la Ciudad de México).
 
Y sobre todo me toca sostener a mi bella, dulce y buena hija que nunca hubiera imaginado huérfana a los 16 años.
 
El martes por la tarde vamos a hacer un ritual de paz, para que el camino de Guillermo sea de luz, con nuestra amada Irma. Si quieren acompañar a Helena con sus meditaciones, buenas intenciones, rezos y afectos desde donde están...