martes, 21 de septiembre de 2010

De San Salvador a Tegucigalpa

Todas aquellas que piensan que este año seré muy, muy disciplinada nomás porque estoy haciendo de mi sabático un año de investigación vivencial, caminada, a la escucha de ideas de otras mujeres, sepan que es cierto pero.....

AHORA ESTOY FELIZ PORQUE ESTOY ESCRIBIENDO

Novela, por supuesto.

El placer de la palabra, la explicación narrativa que sólo se lee en la dinámica del construir frases. Placer del decir, gozo. Tiempo suspendido, como un orgasmo que no acaba.
Orgasmo: control del placer para incrementarlo; deseo y miedo de no alcanzarlo; suspención del ritmo de respiración; frotación y fantasía. Y concreto estar con dos dedos sobre un teclado caliente -escribo con dos dedos, nunca estudié para secretaria.

Para la academia siempre hay tiempo, el decir programado es nuestra nueva cárcel.
Cárcel posmoderna a la que las mujeres luchamos para entrar.
Cárcel que, ay de nuestras historias milenarias de encierros, a muchas produce placer.
Academia como monasterio.
Academia como matrimonio.
Academia como postríbulo.
La academia se parece a las amenazas/consejos de los viejos conservadores: ¿de qué vas a vivir si te dedicas a la escritura? De no ser tan cobarde hubiera siempre gritado la verdad: ¡De la vida, mierda!
O de no ser, también, tan entrañablemente una historiadora: La concreción, el principio de realidad, como lo llama mi amiga María del Rayo, nunca me ha permitido tirar todas mis seguridades -todas las carcelitas que me dan seguridad- por la borda.

Pero ahora estoy en Tegucigalpa (Tegucigolpe le dicen las Feministas En Resistencia).
En Guatemala he escuchado a las mujeres más interesantes en años: novedosas, fuera de toda corriente, principal o afluente que sea, analistas de su aquí y ahora, crítica del racismo vivido en carne propia, críticas del machismo católico construido en 500 años de colonialismo, fortalecedor de culturas patriarcales anteriores, sumado a mandatos de control popular, también vivido en carne propia. lesbianas mayas, libertarias mayas, deconstructora del lugar social de las mujeres garífunas, mestizas en procesos de des-latinización.

En El Salvador me he percatado de la libertad narrativa de los pinceles de las mujeres. ¡Qué pintoras las salvadoreñas!!! Qué narradoras de la realidad: todas deberíamos tener el derecho de ver los paisajes, las infancias retratadas, las abstracciones íntimas de Rosa Mena Valenzuela. Y es que en ese paísito -el más pequeño de América... y el más abarrotado- hay pintores magistrales, no sólo el genial Salarrúe, también Carlos Cañas (a quien entrevisté hace más de veinticinco años y cuyo cuadro, entonces escondido en su estudio, está ahora colgado en el Museo Nacional de Arte, prueba de que el arte puede dar memoria histórica porque interpreta el horror tanto como la esperanza) y mi amigo Oscar Soles. Pero, caray, qué pintoras: desde la viejísima Ana Julia Álvarez, pasando por Zélie Lardé y Julia Díaz, mujeres que pintaron aunque en sus tiempos el reconocimiento no era seguramente algo que le tocara a las mujeres, hasta interesantes jovencitas, salvadoreñas de nacimiento o de adopción.

En El Salvador, el arte me ha salvado. Y la presencia de nuestra buena amiga, la feminista Mercedes Cañas. Porque por lo demás: qué decepción el paisito que después de veinte años de dizque paz -la paz de las maras, la paz de la violencia callejera, la paz de la delincuencia fomentada desde el estado para decir que nada se puede hacer en un país de violentos- ha finalmente ganado las elecciones. Con un partido cuyo nombre remite a los sueños de una revolución transformadora:  FMLN. Un partido que tiene a un periodista de CNN como presidente, un hombre casado con una brasileña que por motivos de supuesta testosterona nacional cree que puede interpretar la música, la pintura, la literatura salvadoreña y actúa como buena esposa de presidente: despótica, ignorante, todopoderosa. Un país que no le ha apostado a una moneda regional, a un mercado regional, a la integración de una democracia popular regional. Para muestra un botón: la moneda salvadoreña es el dólar estadounidense.




Ahora estamos en Tegucigolpe. Ayer un  pedazo del Estado Nacional, un lugar público, popular, de grandes concentraciones de estado, se le vino encima a un taxista que murió, a otros dos que se salvaron, y a cinco transeúntes que quedaron muy mal heridos. Ni modo que no piense que éste es el costo de la corrupción. Ni dios ni falsos discursos de globalización (ese que la corrupción es un fenómeno global, en todo el mundo sucede, no hay nada qué hacer.... ya saben, estos discursos todas los hemos oído de nuestras madres, de la televisión, de los curas, sirven para que no pensemos que nos acompañarían si decidimos actuar, sirven para justificar que no harán nada). Nada de eso: el Estadio Nacional se le vino encima a los transeúntes de Tegucigalpa por los mismos motivos por los que las carreteras de Guatemala son arrasadas por aludes, en las calles del DF se abren boquetes y las presas de todo el mundo se desbordan: corrupción. Es decir, ahorros sobre la seguridad de las y los demás: varillas demasiado delgadas, cemento con demasiada arena, piedras porosas que cuestan menos y permiten un ahorro sobre los fondos públicos que va a bolsillos privados.

Estoy en Tegucigolpe y me encuentro con mujeres maravillosas, dialogo con ancianas y ancianos, conozco a maestras que desde hace 14 meses están en la resistencia. Su libertad me da libertad: yo escribo, escribo, escribo. Historias de amor, inventos, realidades vividas y reelaboradas desde el recuerdo que es siempre mentiroso y explicativo a la vez. Se escribe porque vuelven las ganas de vivir, de aferrarse a la palabra. se escribe porque de no hacerlo sería triste este sol que brilla tras la lluvia como un niño travieso que seduce después de haberle prendido fuego a la palapa de los instrumentos de labranza.

















ESTOY EN TEGUCIGOLPE Y ESCRIBO, ESCRIBO, ESCRIBO COMO UNA ESCRITORA QUE HA SIDO PUESTA EN LIBERTAD

El domingo, por ejemplo, estuvimos con una anciana hermosa, doña Pascuala de Opalaca, es decir Pascuala Vásquez, coordinadora del Consejo de Ancianas y Ancianos, memoria viva del pueblo lenca. La señora no mide ni un metro y cuarenta, tiene algo así como "me acerco a los 70" (en palabras textuales), y es la guía espiritual de su pueblo, al que fue a representar a Guatemala, en una reunión de los guías espirituales de toda América, a la que -por supuesto- no fuimos requeridas (más bien nos dijeron de irnos para Honduras para que no nos acercáramos. Como somos feministas, Helena y yo entendimos perfectamente que no es que no nos quieren, nomás que no pertenecemos. Ojalá lo entendieran los hombres que nos acompañan y se ofenden porque no deseamos su presencia en las reuniones del "entre nosotras").

La escoltamos al aeropuerto de Tocontín, Helena, Melissa y yo. Su fuerza, su mera presencia es tal que nadie podía dejar de mirarla, y no sólo porque no usa zapatos -que no lo hace, porque ella con sus pies acaricia siempre a la Madre Tierra. Como no sabe leer, le pedimos a un señor miskito, don Doroteo, que la acompañara; el hombre casi se desmaya de la emoción: qué honor, qué honor repetía mientras le daba el brazo para que la viejita, que sube cerros como una cabra, se apoyara en él para sortear las escaleras eléctricas.  
Estábamos muy, muy emocionadas de haber tenido la oportunidad de saludarla mientras iba a subirse a los aire, ella que conoce cómo inicia la historia de la tierra. Doña Pascuala es la mujer que sabe hacer composturas, la que habla con los cerros, la que defiende los ríos de las empresas privadas que quieren construir represas que los desvían provocando desastres naturales... Doña Pascuala nos dijo: yo nací para luchar, se jodieron los golpistas.
Pero bueno, Melissa sabe describirla mejor que yo:

PASCUALITA POR LOS AIRES

Allá,  surcando el cielo, junto a don Doroteo, nuestra apreciada Pascualita realiza su primer vuelo en avión. La llegada al aeropuerto, su fila entre los corbatudos y las pelos planchados, todos blanqueados por el mestizaje nacional, ya fue un revuelo.
Con su metro y tanto de altura, su pañuelo colorido y los pies descalzos, Pascualita hace revoluciones donde se para.  Por si faltara más, trae su morralito donde se lee COPINH. La dirigente de los ancianos y ancianas del pueblo lenca no se ve nerviosa aunque como ella dice, sería mejor que fueras vos conmigo.
Ya en el mostrador, el joven que organiza su vuelo le busca una conexión directa porque le parece injusto que tenga que ir a San Pedro y llegar tan tarde,  da cuenta a sus compañeros y compañeras de que una mujer muy encargada e importante está ahí y que hay que darle toda la asistencia necesaria. Ofrece una silla de ruedas, pero como bien le dice un compa, No, si ella caminar, camina bien. Ah, pienso al ver al jovencito con el pelo engominado y camisa impecable, este no le vería el polvo a Pascualita, montaña arriba, allá en Opalaca. Observo a los demás que se muestran con esa importancia que la gente viajera se da en los aeropuertos, como miran de reojo nuestra escena y me digo: si les tocara verla con un micrófono enfrente.  
La señora de la migración dice: qué linda la viejita, con una cara realmente de ternura que parece le hace recordar a su abuela, seguro lenca; y la otra murmura, lo bueno es que no tiene que preocuparse de quitarse los zapatos. Lo cierto es que Pascuala Vásquez es la personaje del aeropuerto internacional de Toncontín este día.  Nadie es inmune a su paso ligero y su presencia mágica.   
Tan pocas veces una ve gente como Pascualita en los aeropuertos, gente que no sólo no habla inglés ni viste traje, sino que no ha ido a la escuela, pero sabe porque tiene la memoria completa de un pueblo luchador en su cabeza tapada;  que no entendería la diferencia entre una puerta de salida y otra, pero sí conoce de cómo fue el inicio del tiempo en esta tierra; que no le da importancia al rollito de billetes verdes, pero organiza voluntades para que sobrevivan los ríos de los pueblos indígenas; y que no le importa la aeronáutica civil porque tiene contacto directo con el de allá, señala su dedito torcido hacia el techo.
Y, no sólo, sino que le vale riata un pasaporte con nombre y edad porque ella sabe su identidad, que es como la de quién escribió una consigna en la marcha del 15 de septiembre: Nací para luchar, se jodieron los golpistas.  


melissa cardoza
20 de septiembre 2010.

Helena, que tiene la sana irreverencia de las adolescentes en el habla y la sana reverencia de las sabias en la imagen, la ha bautizado Pascualonji y le ha pedido permiso para sacarle una foto: